Las Lindas Mariposas

 

      Había una vez tres hermanas que se llamaban Adriana, Celia y Rosalía. Vivían en una casa con un jardín no demasiado grande, pero sí lo suficiente para que en él crecieran unas cuantas flores y arbustos y las niñas pudieran jugar. Las tres hermanas tenían un abuelo que vivía en otra casa pero en la misma ciudad, y el abuelo coleccionaba mariposas.

El abuelo visitaba los bosques de varios países para cazar mariposas y cuando cogía alguna, la llevaba a su casa. Luego escribía su nombre en el papel y lo pegaba debajo. Había nombres muy sencillos, como: “Mariposa reina”, “Verde mar”, etc. Cuando las niñas iban a ver a su abuelo, el abuelo les enseñaba la colección de mariposas; era muy hermosa. Todas aquellas mariposas con sus colores brillantes y con alas extendidas, les recordaban las flores en primavera. El abuelo les había contado muchas veces cómo las feas orugas se convertían en plácidas crisálidas y al cabo de un tiempo, sacudían sus alas, las desplegaban y echaban a volar.

Las niñas escuchaban, leían los nombres de las mariposas y regresaban muy contentas a su casa por lo que habían aprendido.

Un día, al final del invierno, fue el abuelo quien las fue a visitar. Llevaba una maceta muy grande con un arbusto en ella y en el asiento trasero del coche un gran paquete envuelto en papel de embalar.

-¡Hola jovencitas! –les dijo el abuelo- ¡Vais a ver lo que os traigo!

Para empezar, tomar este arbusto. Tiene un nombre muy raro pero tiene otro nombre que os va a gustar más: “Planta de mariposa”. Se llama así porque el néctar de sus flores las atrae. Vamos a plantarlo en el jardín, y cuando llegue la primavera y acudan las mariposas, podréis cazarlas y empezar a coleccionarlas lo mismo que yo.

-¡Oh, qué bien! –dijeron las niñas-.

Fueron al jardín, plantaron el arbusto, lo regaron y luego fueron a buscar el paquete que seguía en el asiento trasero del coche del abuelo. Dentro aparecieron tres cazamariposas, tres panales de corcho y una cajita con alfileres con cabeza negra. También había un pedazo de corcho más pequeño, con tres mariposas clavadas para que les sirviera de modelo. El abuelo les enseñó por dónde había que pincharlas para que no se les estropearan las alas.

Las niñas guardaron todo en su habitación y esperaron a que llegara la primavera. Cuando por fin llegó, empezaron a florecer todas las plantas. También floreció la planta de las mariposas. Sus flores eran arracimadas; se parecían mucho a las lilas, hasta en el color, pero su perfume era menos intenso y también eran menos hermosas.

-¿Creéis que a las mariposas va a gustarles esta flor? –preguntó Celia. Si yo fuera mariposa, preferiría un jazmín-.

-Pronto vamos a verlo –dijo Adriana-.

Pero fue Rosalía quien antes se dio cuenta de que llegaban mariposas y dijo: -¡Ya están aquí!

Había dos: una marrón pálido y otra blanca con motitas verdes. Las niñas fueron a buscar el cazamariposas. Celia atrapó a la mariposa blanca, la otra se le escapó.

-¡No importa! –dijo Adriana-. De momento nos basta con una; así probamos y vemos si nos acordamos de lo que nos dijo el abuelo.

La mariposilla movía las alas asustada y a las tres niñas empezó a darles mucha lástima. Fueron a su habitación, cogieron un panel de corcho y un alfiler y entonces Celia metió la mano en el cazamariposas, cogió la mariposa con mucho cuidado, la puso encima del corcho y entonces Rosalía dijo:

-¿Quién va a pincharla?

Las tres miraron a la mariposa blanca tan linda y tan asustada y se les encogió el corazón.

-Yo no lo haré –dijo Adriana-.

-Yo tampoco –dijo Celia-.

-Y yo menos –dijo Rosalía-.

La ventana de su habitación daba al jardín; las niñas abrieron la ventana, soltaron a la mariposa y le dijeron:

-Anda, vete; preferimos que vueles y vivas.

La mariposa se fue tan contenta. Dio un par de vuelos por el jardín y se posó de nuevo encima de las flores de su planta. Las tres hermanas no atraparon mariposas nunca más. Lo que hicieron mientras la planta estaba en flor, fue sentarse cada día un rato a su alrededor. Las mariposas se acercaban, revoloteaban, se posaban, sorbían el néctar y se iban. ¡Era muy hermoso ver siempre aquel arbusto lleno de mariposas!