Gota de Agua


¡Hola!, ¿Sabéis lo que soy? Soy Gota de Agua. Durante muchos miles de años, quizá siglos, he vivido en las profundidades marinas, en un hoyo muy profundo que hay en el Océano donde nunca llegaba la luz del Sol, pero aparte de eso, tenía que soportar en mis espaldas toda el agua que había encima de mí. Pero hace exactamente siete años, subí a la superficie y todo cambió. Lo anterior no era vivir; por eso, aunque soy más vieja que el mundo, cuando me preguntan que qué edad tengo… contesto que tengo siete años. ¡Es una edad estupenda!

El caso es, que estando allá abajo, un día, el suelo del mar empezó a temblar, y el agua a calentarse y las rocas a agrietarse. Parecía que una fiera gigantesca estuviera bajo tierra y quisiera salir del Océano. Y así fue, pero no pertenecía a la familia de las ballenas ni de otra cualquier especie de animal, sino a la de los volcanes.

Entre grandes temblores, espasmos y ronquidos, de fuertes truenos, empezó a crecer. Primero fue como una herida o especie de tumor; después, como una montaña sumergida; y tanto se estiró, que alcanzó desde dentro a la superficie del mar. La perforó y se convirtió en isla, donde lanzaba hacia el cielo grandes rocas como cañonazos, y echaba lava y despedía chispas de fuego.

Entre las muchas cosas que arrastró desde los fondos marinos, estaba yo, Gota de Agua, que subí abrazada a una burbuja, y al asomarse fuera del mar… me llevé una gran sorpresa, al conocer los otros elementos tal como el aire, la tierra, el fuego… porque era tan ignorante que ni siquiera sabía que existían.

Apenas llegué a la superficie, una fuerza irresistible me arrastró, y formé parte de una ola. Yo, acostumbrada a la quietud y al silencio, y a la oscuridad de la sima oceánica en la que había vivido hasta ahora, quedé aterrada, y más al ver que avanzábamos a toda velocidad hacia la costa de la isla volcánica donde no tendríamos más remedio que estrellarnos.

¡Y así fue!, ¡Con un estruendo espantoso!, pero no pasó nada, sino que dejé de ser Gota de Agua y me convertí, junto con otras compañeras mías, en espuma de mar.

Quedamos acomodadas en el hueco de una roca y sentí por primera vez las caricias del Sol. ¡Oh…! ¡Qué sensación tan agradable! Poco a poco me quedé dormida; desaparecí de la roca; dejé de ser espuma y durante mucho tiempo no volví a experimentar ninguna sensación. ¿Qué me había ocurrido? Como era la primera vez que me pasaba esto, no entendí que me había evaporado, pero no para convertirme en nube, sino para incorporarme a esa vaga humedad que siempre hay en el aire para que no esté demasiado seco y que de noche, se posa sobre los pétalos de las flores convertida en rocío, para lavarles la cara.

Y tras Gota y Espuma, Rocío fue mi tercera naturaleza. Después… tuve muchísimas más, y me llamaron: Vapor, Granizo, Nube, Lluvia, Hielo, Escarcha y Copito de hielo; y también Lago, Cascada y Manantial.

Como Rocío, lo fui de una rosa, y era cual una lágrima diminuta que resbalaba sobre el pétalo como sobre una mejilla; pero como esta flor tiene tantos pétalos, en un me deslizaba como en un tobogán, en otro me entretenía haciendo equilibrio colgada de su borde, y en otro… me quedaba acurrucada en un pliegue, esperando la hora de la evaporación, que nos llega, queramos o no queramos, como a los niños les llega el sueño; y al despertar… ¡La gran sorpresa!, porque lo mismo somos agua regando un hermoso jardín de verano, que nieve sobre la montaña.

Mi primera y gran experiencia, fue practicar como Nube en un gran viaje sobre Europa. Mis hermanas, las otras gotas de agua convertidas en vapor y yo misma, parecíamos vestidas con trajes de gasas. Cruzamos cadenas de montañas; las cumbres eran más altas que nosotras. Sobrevolamos bosques inmensos, ciudades preciosas, muchos viñedos, trigales y sembradíos.

Cuando al fin llovimos, iniciamos un viaje distinto. Si el primero fue por el aire, el segundo fue por tierra, en las corrientes de los ríos, y mis compañeras y yo no podíamos por menos que sentirnos contentas y orgullosas de los inmensos beneficios que entregábamos a nuestros hermanos los hombres y mujeres de la tierra. Al llover, lavamos su aire de los gases inmundos de sus automóviles, los humos de sus fábricas; limpiamos sus calles y penetramos en sus hogares en forma de agua corriente por sus grifos, para que se limpien ellos mismos y laven su ropa. Fructificamos sus campos, engordamos sus frutos, alimentamos su pesca, apagamos los fuegos, calmamos su sed…

¿Qué más se nos puede pedir? Pero yo, Gota de Agua, colaboro con gusto porque me encanta viajar por ríos, corrientes marinas y nubes; y hoy, que cumplo siete años, pienso que nadie ha viajado más en menos tiempo que yo, desde aquel día en el que, en un abrir y cerrar de ojos… fui Burbuja, Gota, Ola, Espuma y Vapor, y también porque me gusta hacer el bien a los demás; y en esto, a mis hermanas y a mí… no nos gana nadie.