El Pastor y su Rebaño


Estaba el pastor en el campo recontando sus ovejas. Todas llevaban su sellado, a todas las conocía desde que nacieron y por ellas sentía un gran amor. Las llevaba a pastar donde la mejor hierba brotaba, las llevaba a beber del más fresco caudal, y cuando veía un verde prado…se paraba y junto a ellas su flauta tocaba. Era dulce y angelical la música que de esa flauta salía, con ella las ovejas estaban seguras y contentas, pues al oírla reconocían al pastor que las cuidaba y tanto las mimaba.

Entre el rebaño había algunas ovejas un poco tozudas, a las que el pastor trataba de mejor encauzar. Vivían con el resto de las ovejas, el pastor no las quiso separar, pero bien conocía sus negros corazones y temía por las demás, por si daño les pudieran causar.

El pastor había enseñado a sus ovejas todo cuanto en su mano estaba, quería que todas juntas fueran creciendo y, al final, dieran la mejor leche y la mejor lana.

Las ovejas de corazón negro gruñían cada vez que una oveja pastaba cerca de ellas, y le quitaban la hierba fresca cuando alguna iba a comer.

El pastor poco a poco se iba entristeciendo al ver entre su rebaño ovejas tan malas, tan crueles que no parecían por él cuidadas. Menos se podría pensar que las amaba, pero en el fondo así era, y no perdía la esperanza de que algún día se dieran cuenta de su error.

El pastor quiso que sus ovejas aprendieran a subsistir. Con su ejemplo enseñaba a unas y animaba a otras, él todo lo compartía y desprendido de toda cosa material intentaba alegrar su vida tocando aquella flauta cuyos sonidos llegaban al corazón más duro, que se tornaba blando y cálido al compás de aquellas notas que parecían en el aire bailar.

Mucho tiempo pasó y las ovejas lograron sobrevivir a huracanes y tempestades. El pastor, de su lado no podía faltar. Pero siempre, siempre, el pastor apenado se podía encontrar porque con el paso de los tiempos, esas ovejas de corazón negro no habían querido cambiar, quitaban la comida a sus compañeras, y la discordia con ellas se encontraba en cualquier lugar.

Hasta tal punto llegó la situación que las buenas ovejas muy delgadas y enfermizas se pudieron hallar y éstas que querían su misión cumplir, de dar buena leche y abrigada lana, clamaban a su pastor para que él les pudiera devolver la paz.

El pastor veía lo que en su rebaño estaba pasando y pensó en su amo, que cuentas le podría pedir de porqué este rebaño no le producía ganancias. El pobre pastor creía agotados todos sus recursos, había hecho todo lo posible para bien cuidar a sus ovejas, incluso a veces, por salvar a alguna oveja había estado a punto de perder la vida.

¡Mejor pastor no se podría encontrar! ¡Con más amor a sus ovejas, jamás habría habido otro igual! Y ¿qué podría hacer él ante tanta adversidad?

Una vez más el tiempo dejó pasar y un verano muy largo pudo llegar, tan largo que se secaron los prados y el calor, mustias a las ovejas puso y de forma tal, que ni los sonidos de la flauta las podían animar… ¡Cuánto sufría el pastor!

También las ovejas de corazón negro languidecían maldiciendo su suerte, ellas que siempre habían tomado las mejores hierbas y ocupado las mejores sombras; la rabia les corroía y poco a poco se fueron quedando dormidas. Las ovejas buenas, aunque exhaustas, no dormían, no querían dejar de escuchar a su pastor, así le daban las gracias porque no las había abandonado.

En vista de que el verano continuaba y las ovejas ya no tenían nada que comer, el pastor decidió llevárselas a otros lugares donde él sabía que había agua y quizás allí pudieran sobrevivir. Trató de reunirlas a todas, hizo los mayores esfuerzos para que todas se pudieran levantar y le siguieran. A aquellas que tan dormidas estaban, no las logró despertar, tocó y tocó la flauta para de sus sueños poderlas arrancar, pero no hubo forma de hacerlas despertar. Con lágrimas en los ojos el pastor las tuvo que abandonar pensando en las buenas ovejas, a las que de su estado podía salvar llevándolas a un lugar donde el agua podía brotar.

Tocando la flauta marchaba y con pena miraba atrás, pues dejaba a unas ovejas a las que había visto nacer y a las que sus enseñanzas, había querido inculcar. Pensó que, quizás, de sus melodías al despertar se acordarían.

Siguió andando con sus ovejas y tras mucho luchar, pasando por barrancos y otros campos de duro andar, llegó a un bonito lugar donde sus ovejas pudieron comer y su sed calmar. Éstas sobrevivieron a su largo penar y con el tiempo buena lana y blanca leche pudieron dar. Contentas estaban y su pastor, feliz las podía contemplar, todas buenas y todas alegres; cuando la flauta de su pastor oían, todas a su lado iban y, con sus caritas sonrosadas, satisfechas escuchaban a su pastor, parecían agradecerle su bondad y su trabajo, y contento le querían ver por siempre.

Cuando el amo se encontró con el pastor, su labor bien le pudo agradecer, pues salvó a sus ovejas, esas ovejas que eran muy preciadas por él. Al pastor quiso premiar y una gran recompensa dar, por ser buen pastor y tan sabiamente velar por la paz y bienestar de ese rebaño, al que ya nunca le faltaría el agua ni tampoco esos prados verdes donde pastar. En la mesa del amo el pastor su sitio ocupó y recibió contento los manjares que éste le ofreció.

Aquellas ovejas que dormidas quedaron, despertaron no a la melodía del pastor sino con un tremendo escándalo y revuelo producido por otro rebaño de ovejas que por allí pasó. Las ovejas de este rebaño eran negras, cuando aquéllas las vieron, se alarmaron, pues era un tremendo rebaño y en él todas las ovejas se peleaban; entonces se acodaron de aquella bonita música que antes habían oído y se dieron cuenta de lo malas que habían sido, no habían apreciado esa melodía que su pastor con tanto amor les ofrecía. Y pensaron:

¡Oh, qué gran error! ¿Por qué no habremos sido más buenas y obedientes y no hemos seguido a nuestro buen pastor?

Desde entonces tuvieron que vivir con este otro rebaño, y día tras día, percibían el mal camino que llevaba, sus ovejas no vivían en paz y una gran labor el pastor de este rebaño tenía que realizar, así que todas ellas decidieron ayudarle y en su corazón guardaban aquella melodía que habían oído desde pequeñas, y que nunca podrían olvidar.