Canguro se sentía muy triste, era muy infeliz, pues se
        veía obligado a vivir apartado de los demás animalillos. La causa era su aspecto –eso decían los demás-, y la forma de andar a saltitos.
    
    
        Los animales del bosque, muy creídos de su propia belleza y normalidad,
        despreciaban a Canguro y le negaban el saludo. ¡Cuánto sufría el pobre animal!
    
    
        Una tarde de verano se extendió un gran incendio en el bosque. Mientras
        algunas especies de animales estaban irremediablemente condenados a morir por su incapacidad de desarrollar sus vuelos, Canguro, a base de dar grandes saltos, logró distanciarse de las
        llamas; tenía la salvación al alcance de sus patas.
    
    
        En esto, reparó en la presencia de varios animalillos cegados por el brillo
        del fuego; eran incapaces de andar.
    
    
        Con rapidez –pues estaban a punto de ser devorados por las llamas que ya
        llegaban sobre ellos-, Canguro, sin dudarlo, logró ponerles a salvo. Se tumbó en el suelo y permitió que todos estos animalillos se instalasen en su bolsa. ¡Ya casi le rozaba el fuego cuando
        se puso en marcha a toda la velocidad que le era posible, pero no podía correr mucho por el gran peso que llevaba encima!
    
    
        Finalmente, logró ponerse a salvo junto con los animalillos que llevaba en su
        bolsa. Desde ese día, todos los habitantes del bosque reconocieron el valor de Canguro, quien sin necesidad, había corrido un grave peligro por salvar a los mismos animales que antes se
        habían reído de él y le habían despreciado.
    
    
        Canguro llegó a ser muy querido y admirado por sus vecinos.
    
    
        Las buenas cualidades, suelen terminar
        siempre por ser reconocidas.
    
    
        ¡Qué buen ejemplo queridos amigos!