Ninguna Energía se Pierde
Claves Espirituales

 

         Nada puede perderse. Ningún ser, ninguna partícula puede perderse, pues en la partícula de polvo está Dios. Si una pequeña partícula se perdiera, el Infinito no sería perfecto.

 

           Ninguna energía se pierde y Dios es energía positiva, eterna, luminosa. Él ilumina en la partícula de polvo, en el grano de arena, y esta forma, para nosotros con frecuencia insignificante, lleva no obstante en sí misma, a su vez, la Divinidad. Por tanto, si esta cosita se perdiera, una parte de la Creación dejaría de existir. Esto es imposible, pues “Dios Es”.

 

          Si ya lo más pequeño es acogido y sostenido por el amparo de Dios, ¡Cuánto más irá Cristo tras cada ser!, pues el ser espiritual en el hombre posee todas las fuerzas del Universo. Lo más pequeño está en lo grande, y en lo grande está lo más pequeño y, por eso, nada puede perderse porque “Dios Es”. Él está en lo más pequeño igual que en lo grande.

 

          En Dios no hay perecer, nada acabará en la nada. Si hablamos de que el mundo perece, esto significa que todo lo egocéntrico se quebrará para que lo desinteresado, la Fuerza Divina inherente a nosotros, pueda liberarse. Si hablamos de que el hombre, lo humano, la envoltura del “yo”, tiene que perecer, que morir, esto significa que la envoltura tiene que transformarse para que lo puro, fino y noble del ser espiritual eterno, pueda manifestarse, y ella se transforma porque Dios, la vida interna, es imperecedero.

 

          Sólo nos transformaremos en lo divino cuando aspiremos a ello. Si esto lo estamos tomando o no en serio, podremos comprobarlo en nuestros pensamientos. Si aún giramos mucho alrededor de nosotros mismos, estamos alimentando nuestro “yo” humano, y si alimentamos nuestro “yo” humano, ¿Cómo queremos encontrar el camino a Dios? Dios no alimenta nuestro “yo” humano, nosotros mismos lo alimentamos,  reforzamos y agrandamos haciendo mal uso de las Fuerzas de Dios que cada día se nos dan de nuevo. Las transformamos mediante nuestra forma egocéntrica de sentir, pensar, hablar y actuar en energía negativa, o bien tomamos fuerzas de nuestro prójimo al hacer que dependa de nosotros para que haga lo que queremos. Entonces, fluye a nosotros su energía que luego usamos para nosotros, haciendo, en definitiva, mal uso de ella.

 

       Cada instante tenemos la oportunidad de reconocer, de captar en lo negativo, en lo débil, lo positivo, lo divino, lo fuerte, de decidirnos por ello y de basarnos en ello para obrar. Lo negativo que se ha dejado a un lado experimenta entonces, en Cristo, paso a paso, la transformación. La debilidad se convierte en vigor.

 

         Siempre tenemos la oportunidad de realizar, de trabajar en la transformación de lo humano, de lo débil que hay en nosotros. Se trata sólo de que, además, lo hagamos. ¡El hacerlo es lo importante!