“Ley de siembra y cosecha” es la “Ley causal”. Si al invocar la Ley Universal nos sumergimos en la Ley causal, aquélla nos muestra en qué aspectos somos aún no divinos. Sin embargo, en la Ley Absoluta tenemos un apoyo: tal como un joven arbolillo es sujetado a la estaca, nos sujetamos nosotros, en cierto modo, a “Dios Es”.
No obstante, deberíamos hacernos conscientes de que si aceptamos la Ley Divina, nos estamos obligando a purificar lo que surja de humano, para convertirnos, en lo que escuchamos, en lo que leemos y en lo que reafirmamos.
El aplicar las palabras “Dios Es” puede poner en movimiento algunas cosas. Así, es posible que podamos llevar con alegría, y además con concentración, un trabajo que, de otro modo, haríamos a disgusto.
¿Por qué nos acordamos de las palabras “Dios Es”? ¿Qué ha sucedido? En el instante en que nos vino a la mente “Dios Es” y pusimos ahí nuestras sensaciones, nuestra alma se movió y estableció incrementadamente comunicación con Dios. Con ello, afluyó más fuerza a nuestra alma, la fuerza afluyó al cuerpo y nuestra vibración corporal se elevó. A consecuencia de ello, ya no nos resultó difícil concentrarnos y pudimos hacer el trabajo sin esfuerzo.
Vemos que cuando nos toca este íntimo “Dios Es”, lo Divino se acerca más a nosotros. En el mismo instante, afluye más intensamente fuerza a nosotros. Con esto, nos damos cuenta de que Dios está presente. Dios, nuestro Padre Eterno, siempre nos ayuda tan pronto como nos orientamos a Él. En cada situación, con todas las cosas que diariamente se nos presentan, podemos ir a Él, pues Él nos ama.
Hagámonos presentes estas dos palabras “Dios Es” una y otra vez durante el día, y sentiremos la presencia de Dios en nosotros y en todo lo que hagamos. En estas dos palabras está el Universo pues Dios es el Universo. En la totalidad Dios Es. “Dios Es” es, por tanto, la totalidad en nosotros.
Imaginemos a Dios como la Luz y la Fuerza en nuestro interior, como la Luz en nuestros pensamientos, en nuestras palabras y en nuestros actos. “Dios Es”, Dios es Luz y Fuerza, y si decimos “Cristo” o “Cristo en mí” es igual que cuando decimos “Dios Es”, pues Cristo en el Padre es Dios en los cuatro atributos de Dios. En estas cuatro fuerzas básicas de Dios, Él es Omnipresente en el Padre.
“Dios Es”, sentido consciente en nosotros, amplía la conciencia, captamos más, vemos más. En el desarrollo posterior de lo espiritual se abren perspectivas, dimensiones que, como seres humanos, nos son desconocidas y que, vistas desde el yo humano, son inconcebibles.
Si nos orientamos conscientemente a Dios, si estamos agradecidos porque sentimos su presencia, su ayuda en nuestra vida, puede ser que digamos: “Dios ha solucionado un problema en mí”. Pero, ¿Cómo se efectúa esto? Él no interviene directamente en nuestra vida, pues tenemos el libre albedrío. Podríamos decir: “Dios ha despertado el problema en nosotros, ha hecho que pusiéramos atención en nuestros errores, en lo que hemos de purificar para solucionar el problema o para contribuir a que el problema se resuelva”. Dicho con otras palabras, en el problema, en nuestra dificultad, Dios nos ha indicado nuestro comportamiento incorrecto de manera que reconozcamos lo que tenemos pendiente de purificar para que el problema se solucione, de modo que reconozcamos cuál es nuestra parte en el caso de que haya otros implicados en el problema. Dios hace que pongamos atención en nuestros errores. Él mismo no soluciona nuestro problema. Si solucionara nuestro problema, no nos reconoceríamos y cometeríamos, una y otra vez, los mismos errores.
De la confianza en Dios va surgiendo el agradecimiento. Agradecimiento que manifestamos a su vez, realizando día a día lo que nos trae la energía del día. Únicamente mediante la realización encontramos el camino a Dios, nuestro Padre. Viviremos muchas situaciones, ya sea en la familia, en la profesión o en otros ámbitos. Sin embargo, “Dios Es” está siempre con nosotros.
Esta conciencia “Dios Es” debería echar raíces en nosotros, así tendríamos el mejor ayudante a nuestro lado.