Dios y las Almas  
Claves Espirituales                                                                                     

 

         En la Eternidad no hay principio ni final, allí no existe ni el tiempo ni el espacio. El Espíritu de Dios es el principio de todo, es una fuente inagotable de Vida y Amor.

 

         Dios es Luz y vibra en el absoluto silencio; es armonía y es paz; es un hermosísimo punto de Luz pura en el infinito.

 

          El Espíritu de Dios es energía pura de Amor, es todo conocimiento y es la Conciencia Absoluta. Dios todo lo purifica, lo renueva y lo mantiene con vida; su poder es ilimitado, absoluto.

 

         Dios es único. Existe sólo un Ser Supremo que es la Unidad de todos los seres que existimos, y esta Unidad que llamamos Dios, eternamente irradia Amor Infinito a todos por igual.

 

          Dios es Eternidad, Libertad y Verdad. Nada ni nadie lo limita. El Espíritu de Dios es puro y perfecto y Él está en ti.

 

          Dios es inmutable, no cambia. Es infalible, no se equivoca. Es incorruptible, no se contamina. Es íntegro, nada lo divide.

 

        Las funciones del Espíritu de Dios son infinitas al crear y enviar, por medio de su energía, pensamientos puros a las almas para que recordemos que somos libres y que somos almas de paz.

 

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          Las almas somos eternas. Cada alma es única e individual. Somos hijos de Dios, energía y luz. El alma se expresa y manifiesta por medio de la mente, que concibe y crea pensamientos que son los que lograrán crear las experiencias en la vida.

 

          El alma de cada uno de nosotros viene a aprender al mundo físico haciendo uso de nuestro cuerpo, y son nuestras vivencias las que crean experiencias. Son estas experiencias las que quedan grabadas como lecciones en nuestra alma y así, entendemos, aprendemos y aplicamos en el transcurso de nuestra vida, estas lecciones.

 

          El alma es indestructible y posee el “libre albedrío” que es el derecho que cada uno de los seres humanos tenemos para escoger y decidir lo que queremos vivir. Pero al ejercer el libre albedrío, al mismo tiempo, adquirimos la responsabilidad de todos nuestros actos y sus consecuencias.

 

         Mediante el sonido de las palabras, el alma se comunica y, de ahí en adelante, comenzamos a relacionarnos con nuestros semejantes. El alma vibra en nuestros sentimientos y emociones, y su expresión natural es el amor y la sabiduría.

 

       El alma y la mente trabajan juntos. El alma anhela y la mente crea pensamientos. Por medio del intelecto, observa, compara, juzga, razona y llena el entendimiento para que el cuerpo físico reciba la orden y entre en acción. El ser humano, por medio de sus actos y habilidades, da forma a sus ideas y anhelos del alma, y los trae a la realidad.

 

         El alma necesita nutrirse de la energía de Dios para darle fuerza a la voluntad. Esto se logra al penetrar en el silencio y la paz que da la meditación. Meditar es llenarse de la energía de Dios.

 

         El cuerpo de luz en el que debe habitar el alma lo crea uno mismo, se logra cuando estamos llenos de amor y hemos trascendido el “ego personal”, y la capacidad de dar y compartir se va expandiendo cada vez más. A los seres humanos nos hace falta vernos a nosotros mismos como nos ve Dios: como almas perfectas por ser sus hijos.

 

       El alma posee un cuerpo de luz pero es tan liviano y diáfano que se convierte en invisible. Hay seres que pueden ver ese cuerpo de luz. Estas personas tienen un sentido extrasensorial despierto. No hay muchos seres humanos que tengan esta capacidad visual de poder entrar en comunicación y ver el plano en donde habitan las almas que han dejado el mundo de la materia. Sin embargo, hay seres que han decidido trabajar conscientemente en su mundo interior para desarrollar la capacidad de adentrarse en la experiencia del espíritu.

 

        El alma se mueve y palpita como palpita el corazón humano y se refleja a través del cuerpo. Los ojos reflejan el alma, las manos expresan la luz del alma por medio de sus habilidades. Por eso, es por lo que el arte se considera un regalo generoso del alma, pues crea realidades visuales y auditivas que nos permiten experimentar en lo profundo de nosotros mismos.