Las Raíces del Árbol

 

            La labor que me ha sido encomendada es la de mostrarte tus raíces, como si tú fueses una pequeña planta todavía confusa e indecisa, y enseñarte a dirigirte a ellas. Es en sus propias raíces donde cada planta puede encontrar la fuerza que necesita para desarrollarse, hallando, a través de estas, así como en la tierra que la acoge, todo el apoyo y el alimento que precisa, transformando después todo ese alimento en aquello que se convertirá en respiración para las demás criaturas.

 

       Cada cosa contribuye al desarrollo de otra, y cada cual recibe aquello que necesita según un acuerdo silencioso que une con un hilo sutil a todas las cosas que han sido creadas. Pero para que todo esto pueda seguir, debemos aprender a no retener aquello que se ha tenido, y permitir que se transforme para que se convierta en la gema, la flor y el fruto con el que probablemente, un pajarillo de paso podrá saciar su apetito.

         

          Aferrarse con fuerza a las propias raíces, significa haber reconocido nuestro propio centro de equilibrio, nuestro propio apoyo interior.

 

          El árbol oculta sus raíces en la tierra, y lo único que muestra son sus troncos y sus ramas, más fuertes y majestuosas cuanto más amplias y robustas son sus raíces, su punto de fuerza y de contacto con la energía de la tierra, que sube hacia él, nutriendo la materia de su cuerpo con el fin de que pueda elevarse con seguridad hacia el cielo, y recibir otro tipo de energía que, a través del Sol, desciende hacia sus ramas y sus hojas.

 

          Un árbol sano, sabe reconocer en sí mismo esas energías, y las transforma en sus frutos.

 

        Cuando sientas nacer en ti sentimientos de antipatía hacia alguien, es señal de que estás reteniendo algo en tu interior, interrumpiendo ese flujo continuo de energía. En esos momentos no hay nada que puedas ofrecer ni tampoco recibir, porque has bloqueado el camino incluso para alimentarte a ti mismo.

 

           El Amor y la Luz son tus alimentos...

           y son tus frutos aquéllos que puedes aprender a recibir, y también a dar.