En la primigenia del tiempo, cuando la Tierra en sus principios, se le llamaba "Alma Madre" a la primera tierra que emergió. Tenía cimas muy altivas, sólo era roca y hielo alrededor.
No sentía nada en sus adentros, sólo sentía su grandeza superior. Ni el Sol con sus elementos le perforaba dentro para deshelar su corazón.
Y sólo a través del tiempo fue su pensamiento germinando sin querer, y ese espíritu, ese alma que llevaba dentro, le hizo soñar por un momento en su reverdecer.
Fue el primer latido de un Sol contento que penetró en su interior y le hizo visualizar, en un momento, tantos siglos que habrían de pasar a su alrededor.
Y así fue cómo en un sueño bendito, la Montaña pudo comprender que el mejor elemento es el tiempo , para que un alma pueda crecer.
Así la llevó contenta a penetrar en su interior… y ese latido fuerte, poderoso, hizo que se empezaran a resquebrajar los hielos, por el Sol y por su amor.
Y así fue cambiando a través de los tiempos, desgajándose por todo lugar: lo que era frío, hielo eterno… se convirtió en un río, en un manantial de consuelo de amor para su propia tierra en primer lugar, porque sus propios nutrientes le hicieron germinar, y salieron sus primeros pensamientos como flores, para llenar de contento todo lo que a su alrededor podía estar.
Así es la evolución de un mundo; así es la evolución de un alma también. Primero frío eterno… pero, no eterno, sólo hasta que late un corazón y ya el Padre, que es Eterno, de un pensamiento, como un sueño, brota en tu interior.
Por eso se os dice, todo contento, que soñéis, que busquéis en vuestro interior, que el mayor ensueño de un momento hace que germine dentro la flor más hermosa: la del Amor.