En un lejano rincón, en la selva, vivía Koqui, un chimpancé joven y a la vez simpático,
y como era propio de su edad, se pasaba todo el tiempo jugando y divirtiéndose con sus amigos.
Un día, ya adolescente, conoció bajo la sombra de un hermoso árbol a Rufufú, otro
chimpancé algo mayor que él, y sin saber cómo, Koqui se sintió atraído por la sinceridad y la paz que envolvía al desconocido.
Se acercó a él y la conversación surgió espontánea y muy natural; hablaron durante
varias horas sobre los temas más atractivos y variados. Fuesen cuales fuesen las palabras tratadas, Rufufú daba buenas lecciones y muy hermosas, sobre el arte de vivir y de saber gozar de la
realidad.
- Escucha Koqui, estamos rodeados de muchos misterios maravillosos que la mayoría de
nosotros no sabemos apreciar en toda su profundidad y grandeza, porque pasamos por la vida completamente ciegos. ¿Tú nunca has presentido la belleza que se esconde en una gota de agua o
mirando a cualquier parte del cielo o de la Tierra, o bajo las raíces de un árbol milenario? ¡Abre los ojos de verdad y observa atentamente a tu alrededor! ¡Deja que tu corazón reciba el
mensaje de la Naturaleza!... y entonces… ¡Tu vida cambiará! –dijo entre otras cosas Rufufú-.
Palabras maravillosas, ¡Imborrables!, que nunca se apagaron en la memoria y en el
corazón de Koqui, aunque pasó mucho tiempo y Rufufú nunca volvió. ¡Nunca regresó a ese precioso rincón de la selva!
Koqui se acercaba todas las tardes a la sombra de aquel hermoso árbol; allí todos los
días meditaba sobre la filosofía de su buen amigo.
- Sí, vi a Rufufú sólo una vez… sin embargo, sé con seguridad que él es el mejor amigo
que he tenido y que tendré.
Eso es lo que nos cuenta Koqui.