Acerca de la Ley de Siembra y Cosecha

El camino del peregrino

 


 

           Con las palabras “de donde vengo” se hace referencia al ser que proviene de Dios, pues quien es de corazón puro es consciente de que viene de Dios y regresa a Él.

 

 

En cambio, el hombre cuya alma está envuelta por la oscuridad, no sabe de dónde ha venido su verdadero ser, ni a dónde éste va. Él se fija sólo en su cuerpo corruptible del que puede decir que vino del regazo de su madre, y que volverá al regazo de la tierra, su conocimiento no alcanza más lejos. Sin embargo, los que viven en mí, saben de dónde vienen y a dónde van.

 

            Dios es perfecto, Dios es justo. Cada alma y cada hombre  reciben aquello hacia lo que se orientan. Si el alma y el hombre se orientan a Dios, recibirán del amor y de la sabiduría de Dios. Si el hombre se orienta a lo externo, al mundo, también recibirá del mundo y con ello, también todo lo que hay en el mundo: sufrimiento, enfermedad y miseria de acuerdo con la Ley de “Siembra y Cosecha”.

           

            Cada hombre toma las riendas de su vida y le da forma conforme a su sentir, pensar, hablar y actuar. Y del mismo modo en que, según su voluntad, le dé forma, regresará su vida a él.

 

            Quien vive en este mundo pero no está con este mundo, está viviendo en Dios. Y cuando vuelva de nuevo a este mundo, vendrá de Dios, de arriba, tal como yo vine de arriba y encarné en Jesús, en cuerpo de hombre.

 

            Yo quiero instruiros sobre la Ley de “Siembra y Cosecha” para que comprendáis que sois vuestros propios jueces. Vuestros jueces son las sensaciones, pensamientos, palabras y obras que en vosotros son contrarias a la Ley Eterna del Amor.

 

            Con la misma medida que midáis, seréis medidos. La sola fe no conduce a la bienaventuranza.

 

            Quien sólo cree pero no realiza lo reconocido, no puede llegar a ser lo que Dios le ha prometido.

 

            Quien realiza lo reconocido, la fe en Dios, se hace fuerte en el Espíritu del Señor y resiste los ataques de las tinieblas.

 

         Dios no abandona a ningún hijo.  Da igual cómo éste piense y viva, pues el  Espíritu de Dios habita en cada alma y en cada hombre. Él es lo bueno que se inflama cuando el hombre se esfuerza en cumplir la voluntad de Dios.

 

            El Yo Divino es Dios, y quien vive en Dios es divino,  es la Luz divina, el Yo  divino.