El Complejo del Jilguerito


En el bosque los había con complejos, pero como este del pobre jilguerito de esta historia…, no había ninguno. ¡Qué poca cosa se creía! Tenía tanto miedo a que sus compañeros se rieran de él, que nunca abría el pico, aunque todos le pidieran que cantara.

- ¡No, no y no! -respondía el jilguerito irritado- ¡Yo sé que canto muy mal y no tengo necesidad de soportar todas estas burlas!

.- ¡Que no jilguerito! ¡que nadie va a reírse de ti! -le decía un pájaro carpintero que era amigo suyo- Además, ¿Quién te ha dicho a ti que cantas mal? Si te oí una vez cuando te encontré desprevenido y me gustaron mucho tus cánticos.

.- ¡Cómo trinabas! -le animó también un papagayo que se encontraba en el bosque-.

Pero todo fue inútil, nuestro tímido jilguero no se atrevía a abrir la boca y su piquito se mantenía cerrado.

Un día, se posó en su rama un altivo ruiseñor que cantaba como los propios ángeles. También, en esos momentos, sin hacerle caso el ruiseñor, se puso a cantar con sus mejores facultades. Al ver que el jilguero no le seguía, interrumpió su canto y le preguntó:

.- ¿Qué ocurre jilguerito? ¿por qué no cantas?

Azorado y lleno de vergüenza, el jilguerito le confesó todos sus temores y complejos. El ruiseñor, tras de pensar unos momentos, le respondió:

.- Que cantes bien o que cantes mal, no es asunto de los demás sino tuyo mismo. Ten en cuenta lo que te voy a decir: si no cantas, aunque sólo sea para ti mismo… ni eres jilguero ni eres nada, ¿Me oyes? Debes de cantar por encima de todo.

El tímido y acomplejado jilguero se convenció de todo lo que le aconsejó el ruiseñor y desde ese momento, cantó como él sabía y como podía, sin que nadie se metiese con él.

Amigos míos, no es nada bueno menospreciarse uno mismo. Todos valemos más de lo que creemos; sólo es cuestión de utilizar al máximo nuestras facultades.