Don Erizo


Vivía en el bosque un erizo tan lleno de púas… que ningún animal salvaje trataba de atacarle. Iba tranquilamente de un lado para otro importándole muy poco ver aparecer a la serpiente o al león. Nada podía contra él porque sus terribles púas podían herir a cualquiera.

Sus amigos le envidiaban porque ellos siempre tenían que huir al toparse con alguna fiera de cuidado. Sin embargo, Don Erizo era muy generoso; se llevaba bien con todo el mundo y no le importaba lo más mínimo regalar sus púas a quien se las pidiese. La última púa que le quedaba se la dio al ratón. Éste la quería para usarla como espada contra un gato que le acosaba.

En esto llegó la serpiente. Al ver al erizo mondo y lirondo, se dispuso a comérselo. Éste, tumbado panza arriba al Sol, no se inmutó:

-Cada cual debe aceptar su destino con una sonrisa, -acostumbraba a decir a sus vecinos y conocidos-.

Era bien consecuente con sus ideas.

Cuando ya la serpiente se le acercaba, todos los animales que habían obtenido alguna púa del erizo, se abalanzaron contra ella armados con las mismas y le dieron buen escarmiento.

El erizo, agradeció a sus amigos su valiente gesto.

¡Qué lección tan maravillosa! ¡Dio el arma que le servía como única defensa porque él daba más importancia al amor y a la amistad que a la propia vida!

¡Conviene que penséis un poco en este cuento amigos!